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3 de agosto de 2006

Torreznos

Los torreznos, esas cortezas realizadas con la piel del morro del cerdo, son uno de los mejores aperitivos que puedes echarte a la garganta.
Generalmente, buscando por internet por tan delicioso alimento, aparece la receta para hacer la tapa homónima, pero sospecho que es sustancialmente distinta a lo que yo me refiero.

Lo maravilloso de los torreznos es que cada trozo tiene un sabor y una textura ligeramente diferentes, aunque siempre dentro de su particular gusto, lo cual los convierte en un delicioso manjar codiciado por cualquiera.

Está demostrado que el torrezno cuanto más duro, mejor, llegando a ser aquellos que casi te parten los dientes los mejores bocados.

Algunos conservan unas erizadas y diminutas cedras de pelos que en su día poseyó el cerdo del que provienen y que despiertan todo tipo de pasiones: Algunos se pelean por conseguir tan inusuales pedazos, mientras que otros los desprecian alegando las náuseas que les producen.

Por desgracia, ocasionalmente, aparecen algunos en exceso blandos, no sé si debido a una muy alta absorción de aceite durante su fritura o porque son trozos con demasiada grasa. Esos sí que son asquerosos y una desgracia comérselos, pero merece la pena cagarla una vez a cambio del crujiente sabor del resto.

Además, acompañados por una cerveza, son uno de los mejores manjares que puede disfrutar cualquier persona.

Por eso desde aquí —ahora que estoy comiendome esa misma bolsa con una cerveza— quiero lanzar un sentido homenaje a los torreznos, uno de los aperitivos y partes del cerdo más desconocido por el común de los mortales, ¡y no saben lo que se pierden!
Y como decimos aquí en Aragón ¡del cerdo: Hasta el rabo!.

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